lunes, 28 de noviembre de 2016

80º Aniversario del asesinato de Muñoz Seca


El 28 de noviembre de 1936 fue asesinado, en Paracuellos del Jarama, Pedro Muñoz Seca, uno de los más populares autores del teatro español del siglo XX.


Nació Muñoz Seca en El Puerto de Santa María, igual que Rafael Alberti. En Madrid, recogió la herencia del género chico. Su primer estreno data de 1904. Desde entonces y hasta la guerra civil, estrenó con éxito cientos de obras.
 
A su insuficiente valoración contribuye un elemento indiscutible, la política. Muñoz Seca fue un gran patriota español, monárquico convencido. Durante la República, estrenó obras contrarias a esa ideología: «La Oca», «Anacleto se divorcia»… No se lo perdonaron muchos intelectuales de izquierdas y acabó pagándolo con la vida: un ejemplo de barbarie tan condenable como el asesinato de Federico García Lorca, aunque el de Pedro Muñoz Seca no se suela recordar, a la hora de la sectaria «memoria histórica».




El 18 de julio de 1936, Muñoz Seca estaba en Barcelona para el estreno de una de sus obras, por la compañía de Irene López Heredia. Un grupo de milicianos de la FAI lo detuvo, diez días después. Dos oficiales de la Guardia Civil lo trasladaron a Valencia y Madrid, a donde llegó el 7 de agosto.
Después de pasar por la Dirección General de Seguridad, lo llevaron a la cárcel de San Antón (antiguo colegio de los Escolapios): una de las «checas legales» habilitadas por el Frente Popular. Allí, coincidió con los actores Ricardo Calvo y Guillermo Marín; también, con Julián Cortés Cavanillas, Cayetano y Rafael Luca de Tena, que, años después, contaron sus recuerdos, en ABC.
Los presos pasaban el día pelando patatas, limpiando lentejas, rezando, haciéndose ilusiones sobre el final de la guerra. Desde la cárcel, Muñoz Seca le escribió a su mujer tres cartas y 41 postales. No se quejaba pero le pedía medicinas para su úlcera de estómago y latas de conserva. Una vez, le pidió una bigotera: «Estoy harto de meter los bigotes en la sopa del rancho». Desde agosto a fines de noviembre, perdió 29 kilos.
Cuenta Rafael Luca de Tena que siempre estaba de buen humor y tenía una palabra amable para levantar el ánimo a sus compañeros: algo imposible, en tan dramáticas circunstancias. Recordaba Cayetano Luca de Tena que sólo una vez se lo encontró llorando. Fue el día en que supo que sus ocho compañeros de celda de la Armada y los hijos de un oficial del Ejército habían caído, en una de las primeras sacas. Esa vez, escupió en el rostro de sus carceleros, que lo tumbaron de un puñetazo. A Julián Cortés Cavanillas le dijo: «No nos hagamos ilusiones. Hoy, la saca ha sido de militares. Otro día, nos sacarán a nosotros, para tener el mismo fin».
Fue condenado a muerte, el 26 de noviembre, por un tribunal popular: «Por fascista, monárquico y enemigo de la República».
«Queridísima Asunción: sigo muy bien. Cuando recibas esta carta, estaré fuera de Madrid. Voy resignado y contento. Dios sobre todos. Llevo una muda de repuesto.
»Voy muy tranquilo sabiendo que todos estarán bien y que tú seguirás siendo el ángel bueno de todos. El mío lo has sido siempre y, si Dios tiene dispuesto que no volvamos a vernos, mi último pensamiento será siempre para ti. No te olvides de mi madre (…) Siento proporcionarte el disgusto de esta separación pero, si todos debemos sufrir por la salvación de España y ésta es la parte que me ha correspondido, benditos sean estos sufrimientos. Te escribo muy deprisa porque me ha cogido la noticia un poco de sorpresa. Adiós, vida mía. Muchos besos a los niños, cariños para todos y, para ti, que siempre fuiste mi felicidad, todo el cariño de tu Pedro.
»Postdata. Como comprenderás, voy muy bien preparado y limpio de culpas».
Le quitaron la maleta, el abrigo, la cartera, el reloj, los recuerdos que llevaba en los bolsillos y le dejaron un pañuelo, como único equipaje. Un miliciano le cortó los bigotes: «Para donde vas, no te van a hacer falta». Quiso tranquilizar a sus amigos: «No os preocupéis. Me llevan a Chinchilla».
Le ataron las manos con un alambre. Como un Cyrano de Bergerac gaditano, conservaba la entereza y el humor. Les dijo a los que iban a fusilarlo: «Me lo habéis quitado todo, la familia, la libertad, pero hay algo que no me podéis quitar: el miedo».
Tiró el cigarrillo y dijo: «Cuanto antes». Todavía gritó: «¡Viva España y viva el Rey!». Cuentan que agarró la mano del Padre LLop, que estaba perdonando a sus asesinos, y se despidió: «Hasta el cielo, Padre».
Es uno de los miles de cuerpos sin identificar que reposan en la fosa común de Paracuellos.

La "Memoria Histórica" de la izquierda sólo se acuerda de García Lorca...

1 comentario:

Mi opinión dijo...

Las izmierda provocó y perdió la guerra civil, esto es un hecho.
Hay ratas de alcantarilla (o de "Paracuellos")que pretenden provocar otra.
Hay que recordar la Historia, toda la Historia para evitar otra catástrofe humanitaria como aquella.