El 28 de noviembre de 1936 fue asesinado, en Paracuellos del Jarama, Pedro Muñoz Seca, uno de los más populares autores del teatro español del siglo XX.
Nació Muñoz Seca en El Puerto de Santa María, igual que Rafael Alberti. En Madrid, recogió la herencia del género chico. Su primer estreno data de 1904. Desde entonces y hasta la guerra civil, estrenó con éxito cientos de obras.
A su insuficiente valoración contribuye un elemento indiscutible, la política. Muñoz Seca fue un gran patriota español, monárquico convencido. Durante la República, estrenó obras contrarias a esa ideología: «La Oca», «Anacleto se divorcia»… No se lo perdonaron muchos intelectuales de izquierdas y acabó pagándolo con la vida: un ejemplo de barbarie tan condenable como el asesinato de Federico García Lorca, aunque el de Pedro Muñoz Seca no se suela recordar, a la hora de la sectaria «memoria histórica».
El 18 de
julio de 1936, Muñoz Seca estaba en Barcelona para el estreno de una de sus
obras, por la compañía de Irene López Heredia. Un grupo de milicianos de la FAI
lo detuvo, diez días después. Dos oficiales de la Guardia Civil lo trasladaron
a Valencia y Madrid, a donde llegó el 7 de agosto.
Después de
pasar por la Dirección General de Seguridad, lo llevaron a la cárcel de San
Antón (antiguo colegio de los Escolapios): una de las «checas legales»
habilitadas por el Frente Popular. Allí, coincidió con los actores Ricardo
Calvo y Guillermo Marín; también, con Julián Cortés Cavanillas, Cayetano y
Rafael Luca de Tena, que, años después, contaron sus recuerdos, en ABC.
Los presos
pasaban el día pelando patatas, limpiando lentejas, rezando, haciéndose ilusiones
sobre el final de la guerra. Desde la cárcel, Muñoz Seca le escribió a su mujer
tres cartas y 41 postales. No se quejaba pero le pedía medicinas para su úlcera
de estómago y latas de conserva. Una vez, le pidió una bigotera: «Estoy harto
de meter los bigotes en la sopa del rancho». Desde agosto a fines de noviembre,
perdió 29 kilos.
Cuenta
Rafael Luca de Tena que siempre estaba de buen humor y tenía una palabra amable
para levantar el ánimo a sus compañeros: algo imposible, en tan dramáticas
circunstancias. Recordaba Cayetano Luca de Tena que sólo una vez se lo encontró
llorando. Fue el día en que supo que sus ocho compañeros de celda de la Armada
y los hijos de un oficial del Ejército habían caído, en una de las primeras
sacas. Esa vez, escupió en el rostro de sus carceleros, que lo tumbaron de un
puñetazo. A Julián Cortés Cavanillas le dijo: «No nos hagamos ilusiones. Hoy,
la saca ha sido de militares. Otro día, nos sacarán a nosotros, para tener el
mismo fin».
Fue
condenado a muerte, el 26 de noviembre, por un tribunal popular: «Por fascista,
monárquico y enemigo de la República».
«Queridísima
Asunción: sigo muy bien. Cuando recibas esta carta, estaré fuera de Madrid. Voy
resignado y contento. Dios sobre todos. Llevo una muda de repuesto.
»Voy muy tranquilo
sabiendo que todos estarán bien y que tú seguirás siendo el ángel bueno de
todos. El mío lo has sido siempre y, si Dios tiene dispuesto que no volvamos a
vernos, mi último pensamiento será siempre para ti. No te olvides de mi madre
(…) Siento proporcionarte el disgusto de esta separación pero, si todos debemos
sufrir por la salvación de España y ésta es la parte que me ha correspondido,
benditos sean estos sufrimientos. Te escribo muy deprisa porque me ha cogido la
noticia un poco de sorpresa. Adiós, vida mía. Muchos besos a los niños, cariños
para todos y, para ti, que siempre fuiste mi felicidad, todo el cariño de tu
Pedro.
»Postdata.
Como comprenderás, voy muy bien preparado y limpio de culpas».
Le quitaron
la maleta, el abrigo, la cartera, el reloj, los recuerdos que llevaba en los
bolsillos y le dejaron un pañuelo, como único equipaje. Un miliciano le cortó
los bigotes: «Para donde vas, no te van a hacer falta». Quiso tranquilizar a
sus amigos: «No os preocupéis. Me llevan a Chinchilla».
Le ataron
las manos con un alambre. Como un Cyrano de Bergerac gaditano, conservaba la
entereza y el humor. Les dijo a los que iban a fusilarlo: «Me lo habéis quitado
todo, la familia, la libertad, pero hay algo que no me podéis quitar: el
miedo».
Tiró el
cigarrillo y dijo: «Cuanto antes». Todavía gritó: «¡Viva España y viva el
Rey!». Cuentan que agarró la mano del Padre LLop, que estaba perdonando a sus
asesinos, y se despidió: «Hasta el cielo, Padre».
Es uno de
los miles de cuerpos sin identificar que reposan en la fosa común de
Paracuellos.
La "Memoria Histórica" de la izquierda sólo se acuerda de García Lorca...
1 comentario:
Las izmierda provocó y perdió la guerra civil, esto es un hecho.
Hay ratas de alcantarilla (o de "Paracuellos")que pretenden provocar otra.
Hay que recordar la Historia, toda la Historia para evitar otra catástrofe humanitaria como aquella.
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